
La ocupación estadounidense de Haití es un claro ejemplo de cómo la historia se compone de múltiples capas interconectadas. Si bien no se puede identificar una razón única para la decisión de Estados Unidos de ocupar la nación insular, la superposición de intereses políticos, estratégicos y económicos, así como una creencia arraigada en el colonialismo, llevaron en última instancia a las tropas estadounidenses a controlar el país caribeño entre 1915 y 1934.
La turbulenta independencia de Haití
Saint-Domingue, la parte occidental de la isla Hispaniola, fue colonizada por los franceses en el siglo XVII y pronto se convirtió en la joya del imperio como uno de los productores más importantes de azúcar, café y otros productos agrícolas. En realidad, esta productividad se basó en la explotación dentro de un sistema de segregación en el que el poder político y económico se concentraba entre los colonos blancos mientras que los esclavos, la mayoría de la población, eran sometidos a condiciones de trabajo intensas y brutales. A finales del siglo XIX, los ideales de la Revolución Francesa impregnaron profundamente el territorio insular; ni siquiera Napoleón pudo evitarlo.
En 1904 se proclamó la independencia, rebautizándose el territorio como Haití, nombre indígena taíno que significa “tierra montañosa”. Haití se convirtió en la segunda nación de América en lograr la independencia, sólo después de Estados Unidos. También fue el primer país de Hispanoamérica y el Caribe en separarse de sus amos coloniales, provocando un efecto dominó en el resto del continente y, dado que la mayoría de sus habitantes, ex esclavos, eran afrodescendientes, también puede considerarse la primera república de afrodescendientes.
Esto fue motivo de preocupación para Estados Unidos, particularmente para los propietarios de plantaciones del sur, ya que Haití fue la primera nación moderna que surgió de un pasado esclavizado y desafió el colonialismo. A pesar de su independencia, el país permanecería en la mira de las potencias coloniales, particularmente Estados Unidos, debido a su proximidad.
La deuda impuesta por Francia
Francia impuso un rescate de 150 millones de francos como condición para reconocer la independencia de Haití; incluso después de pagar con sangre su libertad, los franceses exigieron esta exorbitante cantidad de dinero, lo que obligó a Haití a contratar múltiples préstamos internacionales con enormes tasas de interés que tardarían 122 años en terminar de pagarse.
Cada franco enviado a través del Atlántico podría haberse utilizado para crear instituciones e infraestructura o circular entre los habitantes; en otras palabras, para reconstruir el país. En cambio, los recursos de la nueva nación sirvieron para beneficiar intereses extranjeros, hundiendo al país en una espiral de deuda y crisis, además de perpetuar su dependencia económica.
En teoría, Haití era una nación independiente, pero en la práctica se mantuvieron las dinámicas coloniales. Este sistema de explotación económica disfrazado de acuerdos financieros es una forma de colonialismo renovado conocido como neocolonialismo financiero. El banco francés Crédit Industriel et Commercial fue el mayor beneficiario de la deuda; recibieron tanto en comisiones, intereses y cargos que en pocos años las ganancias de los accionistas franceses excedieron el presupuesto del gobierno haitiano para obras públicas en todo el país.
Estados Unidos era muy consciente de las grandes ventajas económicas de mantener la deuda y de cómo permitía el dominio económico sobre Haití, proporcionando grandes intereses y acceso privilegiado a los ingresos. Tan vital era que, meses antes de la planeada invasión estadounidense, un pequeño grupo de marines entró en el banco nacional del país y salió con 500.000 dólares en oro; Días después, este dinero estaba en una bóveda de Wall Street. Controlar la deuda significaba poder utilizar a Haití como caja registradora.
Intereses estratégicos de Estados Unidos
A principios del siglo XX, Estados Unidos se estaba posicionando como potencia mundial siguiendo una política expansionista en América Latina y el Caribe, apoyada en posiciones como la Doctrina Monroe y su extensión, el Corolario Roosevelt. Estas doctrinas se basaban en la idea de que el hemisferio occidental debía estar libre de la influencia europea y, por tanto, Estados Unidos tenía derecho a intervenir en los asuntos internos de los países de la región para mantener la estabilidad y proteger sus intereses. El control de Haití fue fundamental para consolidar su influencia regional protegiendo rutas marítimas estratégicas y asegurando sus intereses económicos.
La ocupación fue parte de una estrategia más amplia para salvaguardar el Canal de Panamá, un punto clave del comercio internacional y el movimiento de tropas militares. La construcción del canal, al acortar distancias y tiempos de viaje, impulsó el comercio con Europa y Asia, fortaleciendo la economía americana. Además, era una forma simbólica de proyectar el poder estadounidense al resto del hemisferio occidental.
Estados Unidos, con su política expansionista, mantuvo un ojo puesto en todos los asuntos relevantes del Caribe para mantener la estabilidad y minimizar los riesgos para sus nuevas rutas comerciales. Por ejemplo, arrebatar el control de Puerto Rico después de la guerra hispanoamericana le proporcionó una base militar y estratégica en el Caribe. Las grandes sumas invertidas en las plantaciones de azúcar cubanas proporcionaron un beneficio económico pero también demostraron la influencia política y comercial de la isla. Estados Unidos también ejerció control sobre los impuestos a las importaciones de la República Dominicana, lo que limitó la influencia de otros actores y aseguró que sólo ella disfrutara de los beneficios del comercio.
Debido a su importancia estratégica como posible base naval, Estados Unidos temía que alguna potencia imperialista europea decidiera tomar Haití. En 1868, el presidente Andrew Johnson sugirió la anexión de la isla Hispaniola, formada por Haití y la República Dominicana, para asegurar una participación defensiva y económica de Estados Unidos en las Indias Occidentales. De 1889 a 1891, el Secretario de Estado James Blaine intentó sin éxito arrendar Mole-Saint Nicolas, una ciudad en la costa norte de Haití que podría proporcionar una ubicación estratégica para una base naval. En 1910, el presidente William Howard Taft concedió a Haití un gran préstamo con la esperanza de que Haití pudiera pagar su deuda internacional, disminuyendo así la influencia extranjera. El intento resultó inútil debido a la enormidad de la deuda y la inestabilidad interna del país.
Francia, debido a la deuda, tenía cierto nivel de poder sobre el comercio y las finanzas de Haití, pero lo que más preocupaba a los responsables políticos de Estados Unidos era la creciente presencia de alemanes en Haití desde principios del siglo XX. Los comerciantes alemanes comenzaron a establecer sucursales comerciales en Haití, dominando rápidamente los negocios comerciales en el área. Además, se casaron con mujeres haitianas de las familias mulatas más importantes de la nación, desafiando las leyes haitianas que prohibían a los extranjeros poseer tierras; esto, además de la adquisición y control de propiedades dentro del país, les permitió integrarse a la sociedad, fortaleciendo su posición económica y social.
La invasión formal
Desde su independencia, Haití ha estado marcado por una inestabilidad política crónica, luchas entre facciones, debilidad institucional y crisis económicas. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue un ciclo de golpes de estado, fragmentación del poder y caudillismo. Entre 1911 y 1915, Haití tuvo seis presidentes. Tras el brutal linchamiento del presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam, el país se hundió en un vacío de poder que agravó aún más el caos.
El Departamento de Estado de Estados Unidos ya había tomado la decisión de ocupar Haití y simplemente esperaba ese momento, el pretexto perfecto para la invasión. Según su justificación, el país era tan pobre e inestable que no podía valerse por sí mismo; si no fuera Estados Unidos, intervendría alguna otra potencia. El secretario de Estado, Robert Lansing, también describió la ocupación como una misión civilizadora para poner fin a “la anarquía, el salvajismo y la opresión” en Haití, convencido de que, como escribió una vez, “la raza africana carece de toda capacidad de organización política”.
En julio de 1815, las tropas desembarcaron y ocuparon la capital, ampliando la presencia militar del país y estableciendo la ley marcial que suspendió las garantías civiles, estableció un control militar absoluto y desarmó a la población. Con la ocupación se abrió un capítulo nuevo y oscuro en la historia de Haití: uno de represión militar y explotación neocolonial que duró casi dos décadas.
El legado de la intervención haitiana
En Haití, las heridas del colonialismo se han reabierto con cada intervención, profundizando una cicatriz que se remonta a la llegada de Cristóbal Colón a América, cuando su población fue esclavizada para trabajar en plantaciones y minas y estuvo al borde de la extinción. En última instancia, la independencia no fue más que la ilusión de la libertad; no puso fin al saqueo, y la enorme multa impuesta por Francia tardó más de cien años en recuperarse.
La inestabilidad política crónica sirvió como evidencia de la falta de instituciones y la desarticulación del país, a cien años de su independencia. Estados Unidos no hizo más que aprovechar la situación con el pretexto de proporcionar estabilidad. La toma del poder por parte de Estados Unidos no fue más que otro eslabón de una larga cadena de intervenciones diseñadas para asegurar su control estratégico y económico de la región. La intervención no hizo más que reforzar el modelo neocolonial de instituciones que han seguido agravando la pobreza y la corrupción a lo largo del siglo XX.
El colonialismo se perpetuó mediante deudas, intervenciones militares y manipulación económica. Muchos historiadores se han preguntado cómo serían las cosas si Haití no hubiera sido saqueado por potencias extranjeras, bancos internacionales y sus propios líderes desde su independencia. Hoy, clasificado como uno de los países más pobres de América Latina, Haití invita a reflexionar sobre hasta qué punto tal miseria e inestabilidad han sido resultado directo de interferencias externas disfrazadas de ayuda, reabriendo viejas heridas que perduran hasta el día de hoy.



